Entre comercios tradicionales y guiris ansiosos por tomarse un chupito, se esconde la propiedad privada con más lienzos y frescos de España. El tan madrileño Barrio de Las Letras alberga el señorial y discreto Palacio de Santoña, sede de la Cámara de Comercio desde 1920.
Gracias a iniciativas como Madrid Otra Mirada puede verse concertando cita previa. Si te dejas caer por la capital, consulta si puede visitarse, porque en la fotogalería que te mostramos al final, te darás cuenta de que realmente merece la pena.
Residencia de personajes ilustres desde el inicio de su construcción en el siglo XVI, no fue hasta 1734 cuando comenzó a convertirse en casa palacio de la mano de Juan Francisco de Goyeneche –quien encarga a Ribera la fachada de estilo barroco–. De orígenes humildes, amasó una inmensa fortuna en La Habana que logró traducirse en un gran reconocimiento social a su vuelta a Madrid: Isabel II le otorga el título de Marqués de Manzanedo y es Alfonso XII quien le convierte en Grande de España y Duque de Santoña.
Contrae matrimonio con María de la Cruz Acedo, mujer muy interesada en el arte y en la ostentación. La entrada del palacio, cuyo interior es decimonónico, está presidida por una presuntuosa escalera de mármol de Carrara y estatuas de corte clásico; hay un retrato del Marqués realizado por el mismísimo Madrazo –la réplica de su señora se encuentra en El Prado–; y a decoración de los salones no escatima en pan de oro y demás materiales nobles.
Consigue que este palacete sea el epicentro de las fiestas de la jet set de la época –dicen que la Duquesa le prestó las joyas a la infanta en su boda–. Pero parece que no hay fortuna que cien años dure y tras enviudar, una hija ilegítima venida de Cuba intenta quedarse con la fortuna del marqués. Tras años de litigio –y las malas lenguas dicen que por culpa de sus propios abogados, incluido Canalejas, quien acabó haciéndose con la propiedad– acaba arruinada y con todos sus bienes embargados.
El Palacio se ha restaurado recientemente y sus salones –de estilo francés, turco, de baile u oriental por citar algunos de ellos– muestran el mismo esplendor de antaño: ¡Pasen y vean!