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¿Te imaginas que el mundo se hubiera detenido hace unos dos o tres siglos? Pues esto sucede muy cerquita de Nueva York, en el Condado de Lancaster. En esta zona de Pensilvania se encuentra la segunda comunidad amish más grande de Estados Unidos, con 57.000 miembros. Y, existen otras veintidós a lo largo y ancho del país.

De origen germano, hablan su propio dialecto e insisten en aplicar sus ancestrales creencias a la vida diaria –y, al imaginario colectivo de los españoles probablemente hayan llegado a través de aquel filme ochentero y tan taquillero, protagonizado por Harrison Ford, Último testigo–.

Sin embargo, actualmente han logrado un gran avance al permitir el uso de motores diesel. Esto se ha traducido en la incorporación de lavadoras, secadoras o frigoríficos –y poco más, la verdad.

Lancaster: ¿cómo llegar?

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Se encuentra a dos horas y media de la ciudad del Empire State. Si estás de visita larga, merece la pena alquilar un coche y darse una vuelta -está también próximo a Philadelphia-. Entre granjas, campos de maíz y puestos de venta de productos de madera, adelantarás en más de una ocasión a carruajes amish, con sus caballos y sus vestimentas que siguen con la moda de los siglos XVII y XVIII –sí, puedes reírte de las tiendas vintage de las que te hablábamos en Brooklyn–. Eso sí, todas las calesas llevan el triangulito fluorescente en la parte trasera . ¡Precaución ante todo, oiga!

 

Un poco de historia: Rumspringa o el despiporre amish

No es muy conocido, pero a todos los adolescentes de este colectivo, alrededor de los 16 años se les da la oportunidad de experimentar con el mundo exterior. Durante esta época, suelen vivir en pisos compartidos con otros jóvenes ávidos de conocer el mundo contemporáneo, hasta que deciden si quieren bautizarse y continuar su vida dentro de la comunidad o por lo contrario abandonarla y lanzarse a lo que viene a ser “la vida real”. Puede que te resulte curioso, pero la gran mayoría vuelve a casa después de un sinsentido de excesos. Si te has quedado con ganas de saber más, el documental Devil’s playground seguro que no te deja indiferente.

 

Pero, ¿de qué viven?

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Como ya te hemos contado antes, nuestros amigos no son muy de tecnologías avanzadas y sí de mantener un tipo de vida tradicional. Por lo tanto, su medio de subsistencia está ligado al trabajo manual. La fabricación artesanal de muebles, que verás expuestos en bazares y ventas que pueden divisarse desde la carretera y la elaboración de mermeladas y productos lácteos son algunas de sus principales fuentes de ingresos.

 

Amish para foodies

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Esta clase de oficios requiere un aporte calórico muy importante, por lo que después de las largas jornadas el cuerpo no tienen peticiones precisamente ligeritas: las comidas de este pueblo son por lo general copiosas, pesadas, y deliciosas –una especie de Thanksgiving diario.

Es muy común ver fábricas de derivados de la leche vacuna. En algunas de ellas organizan tours guiados en los que degustar helados que son de otro mundo, no sólo por los sabores, sino los conos de barquillo que también son de confección autóctona –así imagino que serían los helados de unicornio si existieran–. ¿Nuestra favorita? Lapp Valley Farms, que además tiene leche y mantequilla cien por cien natural.

Y,¿para comer de verdad? Plain&Fancy es la opción escogida. El restaurante se divide en dos zonas: una donde pedir platos sueltos y otra donde disfrutar con un menú tipo bufé. Por favor, escoge la segunda. Ya tendrás tiempo de guardar la línea. ¡Hay que probarlo todo! Pero entre los imprescindibles, el chicken pot pie y las tartas.

Otras dos buenas alternativas en la zona son Katie’s kitchen y Dienners Country.

 

Las sábanas mas suaves del mundo

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Si buscas donde dormir, el voto es para Stoltzfus Bed and Breakfast en la mansión Fassitt. Regentado por la adorable Ginger, el edificio es lo más. Y, sentarse en su porche a pasar la tarde un modo genial de relajarse.

Además, tendrás la oportunidad de experimentar en primera persona un verdadero desayuno amish. La misma Ginger cocina cada día a las 8,30 am para sus huéspedes. La charla mañanera siempre es bastante divertida -yo he estado dos veces, y ya me estoy planteando una tercera-.

Pero lo mejor sin duda son las sábanas. Las más suaves que te puedas imaginar y si quieres puedes adquirir tu propio juego y llevártelo a casa.

 

¿Te hemos convencido ya para desconectar del mundo?

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Acerca del autor

Arquitecta, friolera y culo inquieto, entre otras cosas. Zamorana de nacimiento, me mude a Nueva York hace 3 años para estar 3 meses y nunca me fui. La ciudad y su escala no dejan de fascinarme.

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